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REDACCIÓN RD:
CDMX junio 2016.- Remontémonos a los principios de los 60´s. El escenario es Londres y la calle es el llamado “North Circular Road” una de las primeras vías rápidas de Inglaterra. Muy cerca de esta arteria se encuentra el ACE Café, una parada para camioneros y cualquiera que tenga deseo de un té y algo de comer.
El lugar debe haber picado la curiosidad de algún joven motociclista que encontró el té de buen sabor así como la sabrosa comida casera que el lugar ofrecía y por consecuencia trajo a su grupo de amigos.
En poco tiempo, el ACE Café se estaría llenando de jóvenes enfundados en chamarras de cuero y botas, fascinados con la adición que el dueño acababa de hacer: respondiendo a la devoción de los jóvenes por el rock and roll y las motocicletas, hizo instalar una “Rock-O-La”, aparato que, por unos cuantos peniques, reproducía las canciones de Elvis Presley, los Everly Brothers y los nacientes ídolos de Inglaterra: ¡los Beatles!
Tomando en cuenta que el entorno era propicio, los motociclistas idearon una competencia nocturna. Aprovechando que alrededor de la media noche la vigilancia policíaca era escasa, y que la cercanía a la vía rápida permitía alcanzar altas velocidades, los jóvenes buscaron algún otro café al que se pudiera llegar en alrededor de 90 segundos.
¿Por qué ese tiempo? pues porque de esa manera se podía echar una moneda en el aparato, montar en la motocicleta, arrancarla y salir volando hacia el otro café, en donde se encontraría un miembro del grupo que atestiguaría que el involucrado efectivamente había pasado frente al establecimiento y virado 180 grados para emprender el regreso al ACE.
La idea era llegar al punto de partida antes de que la melodía del disco de 33 y 1/3 revoluciones por minuto hubiera terminado, es decir, tres minutos, aproximadamente. Lo anterior requería alcanzar en el trayecto velocidades cercanas a las 100 millas por hora (160 kph).
Esto solamente era posible adoptando la fórmula de las máquinas de competencia: un motor “tocado”, una suspensión muy firme, un tanque largo, posapiés reubicados hacia atrás y un asiento de competencia que permitiera al piloto “acostarse” sobre el tanque para reducir al mínimo la resistencia al aire.
Ah, y algo muy importante: manubrios cortos, “de pista” Así configurada la moto, pero reteniendo sus luces, llantas de carretera y “algo” de silenciadores, el vehículo estaba listo.
Por supuesto que no todos tenían la destreza o la osadía para ejecutar la proeza alcanzando las 100 mph. Pero los que lo lograban ganaban el derecho a poner en su chamarra un parche que decía: “Ton-Up-Boy”, o sea, aquel capaz de romper la barrera de las 100 millas por hora.
Lo siguiente era rebautizar a la moto, y qué mejor nombre que: “Café Racer”. Tiempos dignos de añoranza, en los que no se acostumbraban ni el alcohol ni las drogas por parte de los jóvenes. El deleite de haber ejecutado una proeza, a todas luces ilegal, pero altamente admirada por sus amigos era más que suficiente.
Aún el té, ya que los ingleses, en realidad, no consumían mucho café, sabía delicioso en compañía de una novia atractiva que miraba al héroe con adoración.
Así fue como se acuñó el término Café Racer que ahora parece estar recobrando vigencia en la forma de diversas motos, no todas antiguas, que adoptando el formato descrito, vemos en las revistas, en las reuniones de nuestro club y aún en las agencias.
Sí, los fabricantes de motos de todos los orígenes están ya sumándose al movimiento y ofreciendo Café Racers, ya sean “retro” como en el caso de la Royal Enfield Continental GT 500 o como variaciones de sus temas principales, como la Triumph Thruxton 865.
Bellos ejemplos de un concepto creado hace más de cincuenta años en un lugar que también ha renacido: el ACE Café, que reabrió sus puertas hace pocos años y que ya se ha convertido, nuevamente, en una Mecca para los motociclistas.
Vale la pena peregrinar hasta ese santuario, lleno de tradición, de recuerdos para algunos y de inspiración para todos. ¡Ahí nos encontraremos, amigos! Escribió: Miguel Valdés, para Motociclo Magazine.